El Oficio de Tinieblas es una celebración litúrgica anterior al Concilio Vaticano II, que se llevaba a cabo el Miércoles, Jueves y Viernes Santos, al caer la tarde.
Estaba compuesta por el rezo de las oraciones propias del ejercicio de la Liturgia de las Horas, según el antiguo breviario romano, pero que en Semana Santa, en lugar de rezarlos en la hora del día correspondiente, se anticipaban a la víspera por la tarde, para no interferir en los Oficios Solemnes y el Triduo Pascual. Al celebrarlos a la caída de la tarde y el inicio la noche, tenían la peculiaridad de hacerse en las «tinieblas». De ahí que toma su nombre.
El oficio del miércoles recorre la Pasión al completo del Señor; el del jueves se incide sobre su Muerte y su larga agonía; y en el del viernes, se celebran sus exequias y su sepultura. Este oficio presenta casi todas las características de un funeral: salmos, antífonas y responsorios lúgubres y de lamento, ningún himno, tonos severos y sin acompañamiento de ningún instrumento musical.
Durante ese oficio, todas las luces del templo tenían que estar apagadas, se cegaban las ventanas con paños y, en el centro del altar, lucía un candelabro especial llamado tenebrario, con quince velas encendidas. Cada una de las velas representaban a los once apóstoles que permanecieron en el cenáculo tras consumarse la traición de Judas Iscariote, las tres marías (María Salomé, María de Cleofás y María Magdalena) y a la Virgen María, representada por la vela que estaba destacada en la cúspide del tenebrario.
Durante el oficio, al finalizar cada salmo se apagaba una vela, hasta que progresivamente toda la iglesia se quedaba a oscuras. La última vela, la superior, no se apagaba, sino que se llevaba a la parte de atrás del altar para ocultarlo mientras se cantaba el salmo “Miserere”.
Terminado el Miserere, mientras se apagaban las velas del altar, el clero y los fieles producían un ruido de manos, de libros y matracas para simular las convulsiones , la oscuridad y los temblores de tierra que sobrevinieron al morir Jesucristo. En Mairena, según nos narraba nuestro añorado Rafael Carrión, con las tapas de los antiguos bancos-reclinatorios que se usaban en nuestra iglesia parroquial, se hacían sonar un ronco traqueteo producido por el abrir y cerrar incesante de la tapa del mismo en esos momentos.
Con este apagado progresivo de las luces hasta la plena oscuridad viene que, en la Vigilia Pascual, el templo se encontraba en completas tinieblas al empezar la celebración, oscuridad que rompería la Luz de Cristo resucitado simbolizado en el Cirio Pascual, hasta iluminar por completo la iglesia poco a poco.
La Santa Sede ha referido la conveniencia de que el oficio llamado antiguamente «de tinieblas», se fuere manteniendo en el lugar que le corresponde en la devoción de los fieles, como meditación y contemplación de la pasión, muerte y sepultura del Señor, en la espera del anuncio de su gloriosa resurrección.” (Congregación para el Culto Divino, Normas sobre la Semana Santa, n. 40)
De acuerdo a esto, podría hacerse una celebración unida de Laudes y del Oficio de Lectura, solo bajo la luz de las velas del tenebrario, que irían apagándose poco a poco.
A pesar de no tener la singularidad de antaño, la Iglesia Católica sigue recomendando vivamente el rezo comunitario de este oficio, según el modo actual. La inclusión de los elementos del antiguo ordo que se puedan puede ayudar a ver el simbolismo de la luz en la noche de Pascua.
Las congregaciones y parroquias, así como las comunidades que celebran bajo la liturgia de 1962, al amparo del motu proprio Summorum Pontificum de Benedicto XVI, lo siguen celebrando y lo preservan como signo distintivo de la Semana Santa.
En nuestra parroquia se mantuvo la celebración de este acto piadoso y devocional hasta la década de los años 70, cuando ya las normas y procedimientos del Concilio Vaticano II fueron anteponiéndose a la necesidad de su celebración.
Os dejamos unos enlaces de vídeo donde, si gustan, pueden seguir y contemplar el desarrollo de este acto piadoso y conocerlo.