(Artículo publicado en la Revista El Campanillo en Junio de 2008. No hay mejor forma de tributar el merecido homenaje a nuestra hermana Amadora Fraga Iribarne que publicando esta verdadera catequesis sobre la Eucaristía)

En el Libro de Reglas de la Hermandad Sacramental se declara que el fin primero de esta Hermandad es: «Dar culto privado y público al Santísimo Sacramento», añadiendo que, «toda la vida de la Hermandad girará en torno al amor al Augusto Sacramento de la Eucaristía». También establece en el art. 32, como fin general, «fomentar el culto público y privado al Santísimo Sacramento».

Podemos decir por esto que la Hermandad Sacramental está enraizada en el corazón mismo de la Iglesia porque la «Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre»
(Benedicto XVI, «El sacramento de la caridad’).

En efecto, como nos dijo Juan Pablo II, «Jesús ya no está presente entre los hombres de la misma manera que lo estuvo por los caminos de Palestina, ahora su presencia es de otro tipo (…), por tanto, ningún sacramento es más precioso y más grande que el de la Eucaristía» (Carta al Obispo de Lieja en el 750 aniversario del Corpus Christi).

Podemos decir que «La Eucaristía es el modo que Dios inventó para permanecer para siempre con nosotros. Esta presencia es una garantía y una protección, no sólo para la Iglesia sino también para todo el mundo (…) Dios está con nosotros» P. Rainiero Cantalamesa, Homilía Viernes Santo 2005).

Juan Pablo II en la encíclica Redemptor Hominis, nos explicó que este sacramento santísimo es en su dimensión plena un triple sacramento: «Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Comunión y Sacramento-Presencia». El Sacramento-Sacrificio es la Santa Misa, en el que Cristo se ofrece al Padre por la redención del mundo, y los que asistimos nos ofrecemos con nuestras vidas uniéndonos a su sacrificio redentor. Es el don de sí mismo por la vida del mundo.
El Sacramento-Comunión es el don que Jesucristo hace de sí mismo a cada hombre como alimento, para su transformación en Cristo.

El Sacramento-Presencia es la reserva que la Iglesia conserva en nuestros sagrarios. Hay una identidad entre el cuerpo histórico y el cuerpo eucarístico de Cristo; su presencia es sacramental, no material, pero real y sustancial. Verdaderamente adoramos en la Sagrada Hostia a Cristo vivo inmolado y resucitado. «Consuelo incomparable, que la Iglesia. reserva como centro de la comunidad religiosa y de la parroquia» (Pablo VI, Misterium Fidei, 38).

A este «Sacramento-Presencia» se refieren los fines de la Hermandad Sacramental, o sea, al culto que se da a la Eucaristía fuera de la misa, «que es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia» (J.P. 11 Ecclesia de Eucaristía).

¡Qué cosa más grande es nuestra fe, saber que Jesús en persona vive entre nosotros! ¿No habéis sentido ese vacío, al entrar en una iglesia protestante? Grandes museos llenos de panteones de gente famosa…, pero sin esa Persona, que es Jesucristo vivo.

Pero este misterio de fe, EL MISTERIO DE LA FE, es un misterio que se ha de creer, porque la conversión sustancial del pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor Jesús, es una realidad que supera toda comprensión humana. Así comienza el Papa Benedicto XVI la primera parte de su exhortación apostólica «El sacramento de la caridad».
Misterio que se ha de creer… ¿Cómo estarían de llenas nuestras iglesias si de verdad creyésemos que allí está Jesucristo en persona? ¿Cómo sería nuestra adoración, por ejemplo, ante la elevación de la Sagrada Hostia en la misa? Misterio que se ha de creer…

Algunos conversos famosos (ahora me voy a referir a Vittorio Messori), cuando al ser tocados por la gracia entraban a participar de los «sagrados misterios», se espantaban de la forma en que nos comportamos los cristianos en el templo. Pero esta gente, ¿sabe lo que está pasando aquí?.

Sin embargo, a lo largo de la historia de la iglesia ha habido personas que han sido como chispas que han ido incendiando a su paso, iniciando hogueras que permanecen y que nosotros tenemos la tarea de alimentar. Voy a referirme a dos que han tenido relación con esta hermandad. Una es Doña Teresa Enríquez, fundadora de esta Hermandad Sacramental de Mairena, a la que el Papa Julio II dio el título de «La loca del Sacramento». Ciertamente loca, a los ojos de muchos, porque dedicó su vida y sus bienes a fomentar el culto al Santísimo Sacramento fundando 48 Hermandades Sacramentales no sólo en España, también en Italia. Muchas de estas permanecen sólo de nombre, porque se han unido a Hermandades de penitencia y no cumplen el fin para el que fueron fundadas. La de Mairena sí, y por ello hay que dar gracias a Dios.

La otra persona es el papa Juan Pablo II «el Grande». Lo hemos nombrado varias veces pero nos harían falta muchas páginas para resumir su doctrina y su amor a Jesucristo en la Eucaristía. Nos dejó en herencia la institución del año de la Eucaristía, en el año 2004, y la convocatoria del Sínodo, que ya no pudo presidir en el 2005, de cuyas conclusiones el Papa Benedicto XVI, acaba de damos esta exhortación, El Sacramento de la caridad al que nos hemos referido. La institución del año de la
Eucaristía no fue una casualidad, sino la firme convicción del Papa de que la única salvación para el mundo está en Jesucristo, presente en este sacramento.

Nadie puede negar que Juan Pablo II fue una chispa que incendió el mundo entero, tal era su identificación con Jesucristo que se traslucía en su fuerza, en su claridad, en su ternura, en su alegría… Yo lo recuerdo, ¡viene a mi memoria y a mi corazón tantas veces cuando adoro al Santísimo!, fue en el año 1995 en que tuve la gracia de asistir a la misa del papa en su capilla privada. Después de comulgar, completamente inclinado, en adoración profunda. De pronto suena una voz, cantando fuerte, en latín; «Ave verum, corpus natum de Maria Virgine…» era el papa que cantaba a Cristo que acababa de recibir… «Salve verdadero cuerpo nacido de María Virgen, verdaderamente atormentado, inmolado en la cruz por el hombre. ¡Oh, Jesús dulce!, ¡Oh, Jesús piadoso!, ¡Oh Jesús hijo de María!. Allí estábamos unos cuantos, pero en ese momento Juan Pablo II y Cristo eran uno, y esto que nos sucede a todos cuando comulgamos, él lo vivía en profundidad profunda, valga la redundancia, porque me faltan palabras para expresarlo
Pues de ahí ha venido la adoración permanente del Santísimo Sacramento en la Capilla del Cristo de la Cárcel de Mairena. Juan Pablo II nos lo pidió en el año de la Eucaristía, y Benedicto XVI, ahora, nos lo ratifica en la exhortación antes nombrada: «Unido a la asamblea sinodal recomiendo ardientemente a los Pastores de la Iglesia y al pueblo de Dios la práctica de la adoración eucarística tanto personal como comunitaria. Además, cuando sea posible, será conveniente indicar iglesia u oratorios que se puedan dedicar a la adoración perpetua».

Es hoguera que tenemos que alimentar. Y esas 108 personas que estamos apuntadas en los turnos fijos, sí nosotros, somos aquellos de los que Juan Pablo II dijo:
«Toda persona que ora al Salvador, arrastra consigo al mundo entero y lo eleva a Dios. Por eso, quienes están ante el Señor, prestan un servicio eminente, presentan a Cristo a todos aquellos que no le conocen o que están lejos de él; velan ante él, en su nombre».

Gracias a todos los que hacen posible esta adoración y gracias sobre todo al Señor que ha querido quedarse entre nosotros.