ORIGEN Y SIGNIFICADO DEL MONUMENTO AL SANTÍSIMO PARA EL JUEVES SANTO
La tradición pudo tener su origen procedente de la antigua disciplina eclesiástica, según la cual muchos días y en especial los viernes, no se consagraba. Por aquellos entonces se solían reservar en un lugar a propósito las hostias consagradas en los días anteriores, ya para Viático de los enfermos, ya para comulgar el sacerdote en dichos días.
Por este motivo fundamental, el Jueves Santo se consagran gran cantidad de formas, suficientes como para atender las comuniones del mismo día, en la Misa de la Cena del Señor, y poder distribuir la sagrada comunión durante los Oficios de la Pasión del Señor, el Viernes Santo, jornada en que los cánones eclesiásticos con contemplan que se celebren ni misas ni que se consagre. En un principio, la reserva se realizaba bajo las dos especies y se guardaba en la arqueta o sagrario donde habitualmente estaba. Es a partir del siglo XI cuando el vino se deja de reservar y comienza entonces un rito que cada vez será más complejo y solemne. La tradición antigua llamaba a este oficio del Viernes Santo “misa de Presantificados”, es decir, de objetos santificados anteriormente.
Las formas consagradas que no se consuman en los Oficios del Jueves Santo, se llevan en procesión solemne y se reservan en el Monumento hasta el día siguiente, Viernes Santo. Una vez llegado el momento eucarístico de la liturgia, son trasladadas, ya sin la solemnidad de la jornada anterior, desde el Monumento para ser distribuidas a los fieles asistentes. Las formas consagradas que no se consuman en esta jornada, no retornan al Monumento, sino que son llevadas de manera sobria y discreta hasta la reserva que en cada templo se prepara en esas fechas, en un lugar digno pero reservado y apartado. Son jornadas en las que el Señor permanece muerto en el sepulcro y es la Santa Cruz a quien se dirigen todas las miradas y solemnidades.

Durante la Edad Media y hasta el siglo XVI el Monumento era un altar secundario decorado e iluminado de una forma sobria. A medida que fue aumentando la devoción a la Sagrada Eucaristía entre el pueblo, el Monumento fue adquiriendo mayor importancia. Se empieza a utilizar la arqueta donde se deposita al Santísimo, elaborándose con materiales ricos y decorándose cada vez con mayor profusión.
A partir del siglo XVII el Monumento se desarrolla todavía más de acuerdo con los gustos barrocos; expresa un sentimiento de triunfo así como de esplendor. Sigue su esquema básico.

El Ritual Romano-Seráfico describía como debía de montarse este aparato: “prepárese también en alguna otra capilla distinta otro Altar, que se llame Monumento, el cual se procurará adornar con la mayor decencia y aparato posible, de dosel, de colgaduras blancas, y de frontal del mismo color: sobre el altar se podrán poner también flores y otras cosas que denotan solemnidad, pero no Reliquias ni Imágenes de Santos. Sobre algunas gradas puestas sobre el altar se pondrá una urna ó arquilla muy adornada, capaz de coger el Cáliz: dentro de esta urna se pondrá Corporal; las gradas se procurarán también adornar con cantidad de luces, según la posibilidad”

El Monumento de Jueves Santo es una obra de arte efímero que contribuye a solemnizar al Santísimo Sacramento. Esta solemnidad no requeriría gran aparato, pues con un sagrario o arqueta sería suficiente, sin embargo la devoción que se ha venido desarrollado en torno a él a lo largo de los siglos, ha ido aumentando su tamaño haciéndose cada vez más grandioso. Los Monumentos contribuían a la decoración en las iglesias para las funciones litúrgicas de la Semana Santa. Las normas que usualmente se han dado para el montaje del Monumento especifican que se emplee un sagrario portátil o arqueta y se coloque en el centro. Se ordena que no haya cruz, ni reliquias ni imágenes. Debe estar vestido con ornamentos blancos (color litúrgico del Jueves Santo), que no haya paños negros ni se cubra la urna con velo blanco a modo de sudario.
Sin lugar a duda el Sagrario o el arca eucarística seguirán siendo y son el centro de la jornada y lo más importante, en torno al cual toma sentido la liturgia.

Entre todos los ritos del Jueves Santo destacan tres por su importancia que están relacionados con las celebraciones de estos días. En primer lugar, la bendición de los Santos Óleos durante la Misa Crismal, celebrada por la mañana, dentro del tiempo de cuaresma, y que tiene lugar en la Catedral de cada diócesis. En nuestra Archidiócesis, por motivos pastorales, se ha trasladado su celebración a la mañana del Martes Santo, celebrándose con la misma solemnidad y los mismos los rituales, dentro todavía del tiempo cuaresmal, como se recoge en el ordo litúrgico.

Hay que destacar, que anterior a esta celebración, durante los primeros años del cristianismo y hasta el siglo XI, hubo una misa a primeras horas de la mañana en la que se reconciliaban los pecadores públicos. Por la tarde se celebra la Misa in Cena Domini, cuyo oficio conmemora la Institución de la Eucaristía a través de la Cena Pascual. Este oficio se realiza con ornamentos blancos y con el canto del Gloria, callando las campanas tras este canto, que no vuelven a oírse hasta el Sábado Santo durante la Vigilia Pascual. Tras la eucaristía se realizaban los ritos del Monumento y por último el Lavatorio de los pies.

Una vez depositado el cuerpo de Cristo en el Monumento, se inician de manera organizada los turnos de Vela, acompañando al Señor en la tarde noche de su pasión. Es adorado por los fieles hasta el día siguiente en que será consumido. Esta forma de adoración tiene su origen en la época paleocristiana. Durante los primeros siglos del segundo milenio después de Cristo, la Eucaristía fue adquiriendo una mayor devoción, especialmente tuvo gran arraigo entre el pueblo, pasando de ser guardada en las sacristías de las iglesias a ser depositada en el sagrario del altar mayor. También en este momento se comienza a realizar la elevación de la hostia y el cáliz tras la consagración, así como las exposiciones y también a raíz de las celebraciones del Jueves Santo, nace la festividad y procesión del Corpus Christi. Es en este momento cuando el Monumento de Semana Santa alcanza verdadero significado, evocando la deposición de Cristo en el Santo Sepulcro, y conectando la devoción Eucarística con la Pasión y Muerte

Debido al impulso que da el Concilio de Trento, a raíz de los ataques que había sufrido la Eucaristía por parte de los protestantes, comienza a adquirir un gran protagonismo con la reforma que realizó el Papa Pío V, que justo después del Concilio, instauró la Misa in Cena Domini por la mañana, antes del mediodía, para que el Jueves Santo perteneciera entero al Triduo Pascual. Con la celebración de la hora menor de la liturgia de las horas, llamada Nona, termina el tiempo litúrgico de la Cuaresma, después de la cual tiene lugar la celebración de la mencionada misa In Coena Domini.

De esta forma se gana mayor tiempo de adoración y se desarrollan numerosas devociones y actos en torno al Santísimo, tales como Horas Santas, lectura y meditación de la Pasión del Señor, Vigilias de la Adoración Nocturna, ejercicios de las cinco llagas, ejercicio de la Visita a los 7 monumentos, estaciones a Jesús Sacramentado… Durante esta tarde, el Monumento se convierte en una especie de sanctasanctorum, de centro de atención en los templos, ya que después de los Oficios del Jueves se tapaban todos los retablos con cortinas moradas o negras, se retiraban los crucifijos de los altares menores, se despojaban los mismos de todo tipo de ornamento y las campanas callaban o se sustituían por carracas. El monumento era el único lugar donde había luz, flores y el altar estaba vestido.
A finales de la Edad Media, se dejó de dar la comunión a los fieles el día de Viernes Santo, consumiéndola sólo el celebrante. Se mantuvo así hasta el año 1956, cuando Pío XII, restablece la celebración de la Cena del Señor vespertina, realizando algunas variaciones. Tras el Concilio Vaticano II, en el Ordo de 1970, las reformas litúrgicas en torno a la reserva del Santísimo apenas cambian con respecto a las de 1956; sin embargo la simplificación de ritos y celebraciones afectaron notablemente al Monumento, el cual perdió su significado de sepultura y se tuvo que acomodar a la sobriedad y austeridad característica de estos días, convirtiéndose en un lugar de meditación eucarística.
Tras la Misa in Cena Domini, se prepara la procesión de traslado al monumento, que históricamente es una de las primeras eucarísticas. Siempre se ha realizado con solemnidad, aunque han destacado las de las iglesias que tenían más recursos. La hostia que se reservaba para el Viernes Santo se encontraba introducida en un cáliz, el cual se cubría con la palia y la patena invertida; todo ello se envolvía con un paño de seda blanco que se ataba al cáliz para la procesión. Místicamente el cáliz representaba en la Edad Media el Santo Sepulcro, la palia y la patena la piedra con que había sido sellado y el paño blanco con la colonia para atarlo simbolizan la mortaja.
La procesión fue adquiriendo cada vez mayor esplendor, identificada con las velas, los cantos y el olor a incienso. Se hacía con orden y se llevaban velas, los incensarios y el Santísimo Sacramento iba bajo palio, cuyos varales eran llevados por sacerdotes o por las autoridades ya que se consideraba una forma de honor. En nuestra Archicofradía, en este traslado solemne participan y siempre han participado todas las Hermandades y Asociaciones de nuestra Parroquia, portando sus estandartes y varas de mando.
La procesión recorría el camino más largo en el interior del templo, realizándose en algunos lugares estaciones o paradas, y mientras se canta el Pange Lingua y llegada al Monumento se canta Tantum Ergo Sacramentum mientras se inciensa solemnemente.

Una vez se introduce al Señor en el sagrario o arca, se cierra, colgándose el celebrante la llave al cuello, tradición que aún se conserva en nuestra Archicofradía. En otros lugares, la llave se cedía al alcalde o al representante de alguna hermandad o gremio. En otros, se entregaba una llave simbólica. Después de cerrarse el sagrario, especialmente en los pueblos, se colocaban las varas del alcalde y del juez junto al altar del monumento. El dejar este símbolo de autoridad indica un tiempo de ausencia de poderes en las localidades.
Durante el tiempo de exposición el Santísimo es velado por el pueblo fiel. Participa toda la comunidad parroquial, Hermandades,

Asociaciones y se reparten los turnos durante toda la noche. En algunos casos llegaron a hacerse obligatorias, destacando una devoción denominada “El Jubileo de las XL horas”, que era el tiempo que había estado Jesús en el sepulcro. En nuestra Archicofradía este Jubileo de las XL horas se traslada al Carnaval, contando con una Bula Pontificia concedida para provecho espiritual y de concesión de indulgencias a los miembros de la misma y a quienes participasen orando ante el Santísimo durante este período.

El pueblo y nuestra Hermandad colabora desinteresadamente, haciendo ofrendas de flores, macetas y, sobre todo velas. Esta costumbre que aún se mantiene; es la llamada “vela del Santísimo”. Los fieles aportan sus donativos para que el Monumento y el Señor esté muy alumbrado con cera, que después se llevan a casa y se utiliza en caso de tormentas, enfermedades y durante la cena de Nochebuena.
Con estas visitas se conceden copiosas indulgencias y en cierto modo dieron origen a las procesiones de Jueves Santo, que hoy en día se conocen como las estaciones de penitencia organizadas por las cofradías.